jueves, 31 de octubre de 2013

María Elena Walsh

María Elena Walsh Fue una poeta, escritora, música, cantautora, dramaturga y compositora argentina, que ha sido considerada como «mito viviente, prócer cultural (y) blasón de casi todas las infancias».Por su parte, el escritor Leopoldo Brizuela ha puesto de relieve el valor de su creación diciendo que «lo escrito por María Elena configura la obra más importante de todos los tiempos en su género, comparable a la Alicia de LewisCarroll o a Pinocho; una obra que revolucionó la manera en que se entendía la relación entre poesía e infancia».






Especialmente famosa por sus obras infantiles, entre las que se destacan el personaje/canción Manuelita la tortuga y los libros:

*Tutú Marambá
*El reino del revés
*Dailan Kifki 
*El monoliso

 Canciones populares para adultos:

* la cigarra, 
*Serenata para la tierra de uno  
*El valle y el volcán. 

 Canciones de su autoría que integran el cancionero popular argentino:

* La vaca estudiosa 
*Canción de Titina 
*El Reino del Revés
*La pájara Pinta 
*La canción de la vacuna (El brujito de Gulubú) 
*La reina Batata
* El twist del Mono Liso 
*Canción para tomar el té
* En el país de Nomeacuerdo
* La familia Polillal
*Los ejecutivos
*Zamba para Pepe
*Canción de cuna para un gobernante


               El reino del revés



Me dijeron que en el Reino del Revés 
nada el pájaro y vuela el pez,
que los gatos no hacen miau y dicen yes 
porque estudian mucho inglés. 
Vamos a ver cómo es 
el Reino del Revés.

Me dijeron que en el Reino del Revés 
 nadie baila con los pies, 
que un ladrón es vigilante y otro es juez 
y que dos y dos son tres.

Me dijeron que en el Reino del Revés 
cabe un oso en una nuez, 
que usan barbas y bigotes los bebés 
y que un año dura un mes.

Me dijeron que en el Reino del Revés 
hay un perro pequinés, 
que se cae para arriba y una vez... 
no pudo bajar después.

Me dijeron que en el Reino del Revés 
un señor llamado Andrés 
tiene 1530 chimpancés, 
que si miras no los ves.

Me dijeron que en el Reino del Revés 
una araña y un ciempiés 
van montados al palacio del Marqués 
en caballos de ajedrez. 

Vamos a ver cómo es 
el Reino del Revés. 






            La vaca estudiosa


                                             
Había una vez una vaca
en la Quebrada de Humahuaca.
Como era muy vieja,
muy vieja, estaba sorda de una oreja.
Y a pesar de que ya era abuela
un día quiso ir a la escuela.
Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.
La vio la maestra asustada
y dijo: – Estas equivocada.
Y la vaca le respondió:
¿Por qué no puedo estudiar yo?
La vaca, vestida de blanco,
se acomodó en el primer banco.
Los chicos tirábamos tiza
y nos moríamos de risa.
La gente se fue muy curiosa
a ver a la vaca estudiosa.
La gente llegaba en camiones,
en bicicletas y en aviones.
Y como el bochinche aumentaba
en la escuela nadie estudiaba.
La vaca, de pie en un rincón,
rumiaba sola la lección.
Un día toditos los chicos
se convirtieron en borricos.
Y en ese lugar de Humahuacala
única sabia fue la vaca.


ELSA BORNEMANN


Elsa Bornemann
Elsa Bornemann, nació en 1952 barrio porteño de Parque Patricios. Maestra Normal Nacional, además se recibió de Licenciada en Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad, se doctoró y obtuvo varios diplomas de estudio en medicina y en idioma inglés, alemán, italiano, latín, griego clásico y hebreo.
Durante la última dictadura militar que gobernó Argentina, autodenominada, su libro "Un elefante ocupa mucho espacio" fue censurado y pasó a integrar la lista de autores prohibidos.
Ha realizado numerosos cursos y talleres sobre literatura tanto en Argentina como en otros países de América, de Europa y Japón. Muchas de sus obras han sido reproducidas en libros de lectura para la escuela primaria, en manuales de Literatura para distintos niveles, y en antologías argentinas y del exterior.
El 25 de mayo de 2013, la editorial Alfaguara infantil informó por las redes sociales su fallecimiento.


Autora de:
·         Un elefante ocupa mucho espacio
·         La edad del pavo
·         El libro de los chicos enamorados
·         Queridos monstruos
·         Los desmaravilladores
·         Disparatario
·         Los Grendelines
·         Sol de noche
·         Corazonadas
·         No hagan olas
·         Socorro: doce cuentos para caerse de miedo
·         El último brujo
·         Lisa de los paraguas
·         El niño envuelto
·         Mil grullas
·         Un amor disparatado
·         Cuadernos de un delfín
·         Con el sol entre los ojos
·         ¡Nada de tucanes!
·         Tinke-Tinke
·         Lobo feroz y Caperucita roja


Un Elefante Ocupa Mucho Espacio 


Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Víctor, un elefante de circo, se decidió una vez a pensar "en elefante", esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo... ah... eso algunos no lo saben, y por eso se los cuento:
Verano. Los domadores dormían en sus carromatos, alineados a un costado de la gran carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos: cinco minutos antes el loro había volado de jaula en jaula comunicándoles la inquietante noticia. El elefante había declarado huelga general y proponía que ninguno actuara en la función del día siguiente.
-¿Te has vuelto loco, Víctor?- le preguntó el león, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula. -¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado? ¡El rey de los animales soy yo!
La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche:
-Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero. Y sobre todo aquí, tan lejos de nuestras selvas...
- ¿De qué te quejas, Víctor? -interrumpió un osito, gritando desde su encierro. ¿No son acaso los hombres los que nos dan techo y comida?
- Tú has nacido bajo la lona del circo... -le contestó Víctor dulcemente. La esposa del criador te crió con mamadera... Solamente conoces el país de los hombres y no puedes entender, aún, la alegría de la libertad...
- ¿Se puede saber para qué hacemos huelga? -gruñó la foca, coleteando nerviosa de aquí para allá.
- ¡Al fin una buena pregunta! -exclamó Víctor, entusiasmado, y ahí nomás les explicó a sus compañeros que ellos eran presos... que trabajaban para que el dueño del circo se llenara los bolsillos de dinero... que eran obligados a ejecutar ridículas pruebas para divertir a la gente... que se los forzaba a imitar a los hombres... que no debían soportar más humillaciones y que patatín y que patatán. (Y que patatín fue el consejo de hacer entender a los hombres que los animales querían volver a ser libres... Y que patatán fue la orden de huelga general...)
- Bah... Pamplinas... -se burló el león-. ¿Cómo piensas comunicarte con los hombres? ¿Acaso alguno de nosotros habla su idioma?
- Sí -aseguró Víctor. El loro será nuestro intérprete -y enroscando la trompa en los barrotes de su jaula, los dobló sin dificultad y salió afuera. En seguida, abrió una tras otra las jaulas de sus compañeros.
Al rato, todos retozaban en los carromatos. ¡Hasta el león!
Los primeros rayos de sol picaban como abejas zumbadoras sobre las pieles de los animales cuando el dueño del circo se desperezó ante la ventana de su casa rodante. El calor parecía cortar el aire en infinidad de líneas anaranjadas... (Los animales nunca supieron si fue por eso que el dueño del circo pidió socorro y después se desmayó, apenas pisó el césped...)
De inmediato, los domadores aparecieron en su auxilio:
- ¡Los animales están sueltos!- gritaron acoro, antes de correr en busca de sus látigos.
- ¡Pues ahora los usarán para espantarnos las moscas!- les comunicó el loro no bien los domadores los rodearon, dispuestos a encerrarlos nuevamente.
- ¡Ya no vamos a trabajar en el circo! ¡Huelga general, decretada por nuestro delegado, el elefante!
- ¿Qué disparate es este? ¡A las jaulas! -y los látigos silbadores ondularon amenazadoramente.
- ¡Ustedes a las jaulas! -gruñeron los orangutanes. Y allí mismo se lanzaron sobre ellos y los encerraron. Pataleando furioso, el dueño del circo fue el que más resistencia opuso. Por fin, también él miraba correr el tiempo detrás de los barrotes.
La gente que esa tarde se aglomeró delante de las boleterías, las encontró cerradas por grandes carteles que anunciaban: CIRCO TOMADO POR LOS TRABAJADORES. HUELGA GENERAL DE ANIMALES.
Entretanto, Víctor y sus compañeros trataban de adiestrar a los hombres:
- ¡Caminen en cuatro patas y luego salten a través de estos aros de fuego! ¡Mantengan el equilibrio apoyados sobre sus cabezas!
- ¡No usen las manos para comer! ¡Rebuznen! ¡Maúllen! ¡Ladren! ¡Rujan!
- ¡BASTA, POR FAVOR, BASTA! - gimió el dueño del circo al concluir su vuelta número doscientos alrededor de la carpa, caminando sobre las manos-. ¡Nos damos por vencidos! ¿Qué quieren?
El loro carraspeó, tosió, tomó unos sorbitos de agua y pronunció entonces el discurso que le había enseñado el elefante:
- ... Con que esto no, y eso tampoco, y aquello nunca más, y no es justo, y que patatín y que patatán... porque... o nos envían de regreso a nuestras selvas... o inauguramos el primer circo de hombres animalizados, para diversión de todos los gatos y perros del vecindario. He dicho.
Las cámaras de televisión transmitieron un espectáculo insólito aquel fin de semana: en el aeropuerto, cada uno portando su correspondiente pasaje en los dientes (o sujeto en el pico en el caso del loro), todos los animales se ubicaron en orden frente a la puerta de embarque con destino al África.
Claro que el dueño del circo tuvo que contratar dos aviones: En uno viajaron los tigres, el león, los orangutanes, la foca, el osito y el loro. El otro fue totalmente utilizado por Víctor... porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho espacio...



Graciela Cabal

Graciela Beatriz Cabal: Barracas, Buenos Aires, 11 de noviembre de 1939. Escritora argentina de literatura infantil y juvenil. También se destacó como periodista, docente y editora. Se desempeñó como maestra. Es egresada de la UBA, de la carrera de Letras. Trabajó en la editorial Centro Editor de América Latina, como Secretaria de Redacción de numerosas colecciones de la misma. También realizó labores de guionista, por ejemplo en el ciclo Argentina Secreta. 



CUENTOS:

*La señora Planchita
*Gatos eran los de antes
*S.O.S Planeta en peligro
*Un salto al vacío
*Historias para nenas y perritos
*Cosquillas en el ombligo
*Cuentos con brujas
*Cuentos de miedo, de amor y de risa
*Tomasito
*Tomasito y las palabras
*Tomasito cumple dos
*Miedo


 Miedo

Había una vez un chico que tenía miedo.
Miedo a la oscuridad, porque en la oscuridad crecen los monstruos.
Miedo a los ruidos fuertes, porque los ruidos fuertes te hacen agujeros en las orejas.
Miedo a las personas altas, porque te aprietan para darte besos.
Miedo a las personas bajitas, porque te empujan para arrancarte los juguetes.
Mucho miedo tenía ese chico.
Entonces, la mamá lo Ilevó aI doctor.
Y el doctor le recetó al chico un jarabe para no tener miedo (amargo era el jarabe).
Pero al papá le pareció que mejor que el jarabe era un buen reto:
-iBasta de andar teniendo miedo, vos!- le dijo -. ¡Yo nunca tuve miedo cuando era chico!
Pero al tío le pareció que mejor que el jarabe y el reto era una linda burla:
-¡ La nena tiene miedo, la nena tiene miedo!
El chico seguía teniendo miedo. Miedo a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a las personas altas, a las personas bajitas.
Y también a los jarabes amargos, a los retos y a las burlas.
Mucho miedo seguía teniendo ese chico.
Un día el chico fue a la plaza. Con miedo fue, para darle el gusto a la mamá.
Llena de personas bajitas estaba la plaza. Y de persona altas.
El chico se sentó en un banco, al lado de la mamá.
Y fue ahí que vio a una persona bajita pero un poco alta que le estaba pegando a un perro con una rama.
Blanco y negro era el perro. Con manchitas.
Muy flaco y muy sucio estaba el perro.
Y al chico le agarró una cosa acá, en el medio del ombligo.
Y entonces se levantó del banco y se fue al lado del perro. Y se quedó parado, sin saber qué hacer. Muerto de miedo se quedó.
La persona alta pero un poco bajita lo miró al chico. Y después dijo algo y se fue.
Y el chico volvió al banco.
Y el perro lo siguió al chico. Y se sentó al lado.
-No es de nadie- dijo el chico -.¿lo Ilevamos?
-No- dijo la mamá.
-Sí- dijo el chico -. Lo Ilevamos.
En la casa la mamá lo bañó al perro.
Pero el perro tenía hambre.
El chico le dio leche y un poco de polenta del mediodía.
Pero el perro seguía teniendo hambre. Mucha hambre tenía ese perro.
Entonces el perro fue y se comió todos los monstruos que estaban en la oscuridad, y todos los ruidos fuertes que hacen agujeros en las orejas. Y como todavía tenía hambre también se comió el jarabe amargo del doctor, los retos del papá, las burlas del tío, los besos de las personas altas y los empujones de las personas bajitas.
Con la panza bien rellena, el perro se fue a dormir.
Debajo de la cama del chico se fue a dormir, por si quedaba algún monstruo.
Ahora el chico que tenía miedo no tiene más miedo.
Tiene perro.

viernes, 25 de octubre de 2013

GUSTAVO ROLDÁN



Gustavo Roldán

Nació el 16 de agosto de 1935 en Sáenz Peña, provincia de Chaco - falleció el 3 de abril de 2012 en Buenos Aires. Fue un escritor argentino.
Centró su trabajo como director de colecciones de libros para niños; coordinador de talleres literarios de escritura y reflexión; de grupos de trabajo sobre literatura infantil; de talleres y encuentros con niños en escuelas y bibliotecas en su país.
Se licenció en Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Humanidades, en la Universidad Nacional de Córdoba. Colaboró en las revistas infantiles Humi y Billiken.
Junto a su esposa, la también escritora de libros infantiles Laura Devetach, fueron defensores de la literatura infantil como literatura en si misma, despojada de intenciones moralizantes.



Cuentos:
·        Historia de Pajarito Remendado
·        Un pájaro de papel  
·        Las pulgas no suben a los árboles
·        Como si el ruido pudiera molestar.
·        La leyenda del Bicho Colorado
·        El hombre que pisó su sombra
·        Las pulgas no andan por las ramas
·        Historias del piojo
·        Las pulgas no vuelan
·        El viaje más largo del mundo
·        Un largo roce de alas
·        El camino de la hormiga
·        Pájaro de nueve colores
·        Cuentos con plumas y sin plumas
·        Cuando el río suena


Las pulgas no suben a los árboles

No nena, las pulgas no suben a los árboles.
—Pero mamá, es que yo tengo muchas ganas de subir. ¡Necesito subir!
— ¿No te alcanza con subir a un perro?
—Estoy aburrida de los perros.
—Pero nena, se pasea, se conoce gente...
—Ufa, no quiero pasear ni conocer gente. Quiero subir a un árbol.
—Las pulgas no suben a los árboles y se acabó.
Cuando la mamá decía “se acabó” con ese tono, lo mejor era cambiar de tema. La pulguita lo sabía de memoria. ¡Pero tenía tantas ganas de subir a un árbol! En ese momento vio pasar corriendo a un gato. Detrás del gato iba corriendo un perro. El gato corría y corría. El perro corría y corría. Y cuando el perro lo estaba por alcanzar, ¡zas!, el gato pegó un salto y se trepó a un árbol.
Los ojos de la pulguita se abrieron así de grandes. Muy grandes. Porque había encontrado una solución sin desobedecer a su mamá.
—Mami —dijo poniendo voz de pulguita obediente que siempre hace caso a lo que dicen los mayores y que siempre se porta bien y nunca hace renegar a su mamá.
— ¿Qué?
— ¿Puedo subir al gato negro que duerme la siesta bajo la parra?
—Claro, para eso se hicieron los gatos, para que las pulgas podamos pasear.
—Bueno, chau mamá.
—Chau, nena, y cuidate.
Y la pulguita dio un salto y se trepó al gato negro que dormía bajo la parra. Y esperó y esperó, pero el gato negro parecía que tenía ganas de dormir hasta el día del juicio final.
—Ufa, así no vale —dijo la pulguita. Este gato no me sirve.
Pero como era el único gato a mano había que hacerlo servir. Y comenzó a picarlo para que se despertara, a picarlo para que se molestara y a picarlo para que se enojara. Y el gato negro se despertó, se molestó y se enojó. Y como estaba enojado lo miró al perro marrón que también descansaba bajo el parral y le hizo “fffff”. El perro marrón pegó un ladrido y mostró los colmillos y se le vino al humo. El gato negro salió corriendo y el perro marrón por detrás, y entonces apareció el árbol y el gato pegó un salto y se trepó hasta muy pero muy arriba. Y ahí se quedó. Y el perro se cansó de gruñir y se fue.
Entonces la pulguita se subió a la cabeza del gato negro y miró para todos lados. Y saltó de la cabeza del gato y se paró en la punta de una ramita. Y vio los techos de muchas casas, y vio la calle y los autos que pasaban por la calle, y vio los chicos que iban a la escuela, o que volvían de la escuela.
—Seguro que vuelven —se dijo—, porque juegan contentos y van pateando pelotas de papel. Yo tenía razón. ¡Qué lindo es subir a un árbol!
Miró hasta cansarse. Y el gato, que ya no estaba molesto ni enojado y que no tenía ganas de estar despierto, decidió bajar. La pulga volvió al gato. Y bajó el gato. Y bajó la pulga. Y el gato negro fue otra vez a acostarse bajo el parral.
—Hola pulguita —dijo la mamá. ¿Qué estuviste haciendo?
—Paseando en gato, mamá.
— ¿Viste que era lindo lo que yo te decía?
—Sí, mamá, es muy lindo subir en gato.
Y la pulguita se quedó pensando de qué manera iba a resolver esas ganas bárbaras de volar que ahora le estaban haciendo cosquillas.

SILVIA SCHUJER



Silvia Schujer

Silvia Schujer nació en Olivos, provincia de Buenos Aires, el 28 de diciembre de 1956. Actualmente reside en la ciudad de Buenos Aires. Cursó el profesorado de Literatura, latín y castellano. Ha trabajado en producciones discográficas. Secretaria de redacción de la revista infantil Cordones sueltos. Se desempeñó como Coordinadora del Departamento de Promoción y difusión de la editorial Sudamericana.




Cuentos:
·        Oliverio Juntapreguntas
·        Historia de un primer fin de semana
·        La abuela electrónica
·        350 adivinanzas para jugar
·        La cámara oculta
·        Canciones de cuna para cachorros
·        Abrapalabra
·        Brujas con poco trabajo
·        Viaje en globo
·        Las visitas
·        Lucas duerme en un jardín
·        Lágrimas de cocodrilo
·        El hipo del Tucán


Llovía

Llovía. ¡Y cómo llovía!
Eran las 3 de la tarde y llovía.
El agua mojaba la vereda. Los techos. Los árboles, los paraguas y los zapatos. ¡Qué poco original!
Eran las 4 de la tarde y llovía.
Los chicos hacían dibujos en los vidrios empañados. Los borraban y volvían a empañar.
Los árboles se sacudían a la primera caricia del viento. Flish, flush.
Eran las 5 de la tarde y llovía.
La gente esperaba a otra gente para decirle: “¿viste cómo llueve?”. Los charcos se iban haciendo cada vez más grandes, como aprendices del mar.
A veces el agua bajaba como si en vez de nubes, en el cielo hubiera mangueras. A veces como rocío.
La noche empezaba a preguntarse si también se iba a mojar.
Las casitas de chapa empezaban a sentirse mareadas.
Y la luna estaba segura de que iba a tener que aprender a nadar.
Porque llovía. ¡Y cómo llovía!
Era el día siguiente y llovía.
Con mayúscula y minúscula llovía.
Hasta que me di cuenta de algo: si la lluvia continuaba no podría terminar jamás el cuento.
Mis cuentos nunca terminan con lluvia. No me gusta que naufraguen los lectores.
Fue Máximo Aguado el personaje que me vino a la mente. Lo tenía escondido entre buenas ideas.
Se metió en la historia sin permiso. Así nomás. Y haciéndose el protagonista gritó: “¡Basta de llover, caramba!” “Ya fue suficiente”.
Y, ¿saben lo que pasó?
Sí, eso. Que no cayó más agua y este cuento... se acabó.

jueves, 24 de octubre de 2013

GRACIELA MONTES




Graciela Montes

Es escritora y traductora argentina. Nació el 18 de marzo de 1947 en Buenos AiresArgentina, Se recibió de Profesora en Letras en el año 1971, por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Por más de 20 años, Graciela Montes trabajó en el Centro Editor de América Latina, donde dirigió la colección de literatura infantil “Los cuentos del Chiribitil”. Allí se desempeñó como correctora, secretaria de redacción, traductora, editora y directora de la colección.
Fue miembro fundador de ALIJA (Asociación Argentina de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) y cofundadora y codirectora de la revista cultural "La Mancha", papeles de literatura infantil y juvenil durante sus dos primeros años.



Cuentos:
·        Sapo verde
·        Historia de un amor exagerado
·        Y el árbol siguió creciendo
·        Tengo un monstruo en el bolsillo
·        A la sombra de la inmensa cuchara
·        Uña de dragón
·        Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre
·        Cuatro Calles y un Problema
·        Cuentos de maravillas
·        Doña Clementina Queridita, la Achicadora
·        La batalla de los monstruos y las hadas
·        El club de los perfectos
·        La guerra de los panes
·        Las velas malditas
·        Irulana y el Ogronte

·        La venganza contra el chistoso
·        La venganza en el mercado
·        La venganza de la trenza
·        Federico y el mar
·        En el país de las letras
·        Las batallas de los dioses

Sapo verde

 


Humberto estaba muy triste entre los yuyos del charco.
Ni ganas de saltar tenía. Y es que le habían contado que las mariposas del Jazmín de Enfrente andaban diciendo que él era sapo feúcho, feísimo y refeo.
—Feúcho puede ser —dijo, mirándose en el agua oscura—, pero tanto como refeo... Para mí que exageran... Los ojos un poquitito saltones, eso sí. La piel un poco gruesa, eso también. Pero ¡qué sonrisa!
Y después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero prudente que andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado:
—Lo que a mí me faltan son colores. ¿No te parece? Verde, verde, todo verde. Porque pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito, igualito a las mariposas.
La mosca, por las dudas, no hizo ningún comentario.
Y Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al Almacén de los Bichos.
Timoteo, uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo recibió, como siempre, con muchas palabras:
— ¿Qué lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para cantar de noche? A propósito, tengo una boina a cuadros que le va a venir de perlas.
—Nada de eso, Timoteo. Ando necesitando colores.
— ¿Piensa pintar la casa?
—Usted ni se imagina, Timoteo, ni se imagina.
Y Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el anaranjado. El verde no, porque ¿para qué puede querer más verde un sapo verde?
En cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con pastos secos y empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una mancha amarilla en la cabeza, una estrellita colorada en el lomo, el buche fucsia. Cada tanto se echaba una ojeadita en el espejo del charco.
Cuando terminó tenía más colorinches que la más pintona de las mariposas. Y entonces sí que se puso contento el sapo Humberto: no le quedaba ni un cachito de verde. ¡Igualito a las mariposas!
Tan alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo vieron y se vinieron en bandada para el charco.
—Más que refeo. ¡Refeísimo! —dijo una de pintitas azules, tapándose los ojos con las patas.
— ¡Feón! ¡Contrafeo al resto! —terminó otra, sacudiendo las antenas con las carcajadas.
—Además de sapo, y feo, mal vestido —dijo una de negro, muy elegante.
—Lo único que falta es que quiera volar —se burló otra desde el aire.
¡Pobre Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita fucsia.
Tanta vergüenza sintió que se tiró al charco para esconderse, y se quedó un rato largo en el fondo, mirando cómo el agua le borraba los colores.
Cuando salió todo verde, como siempre, todavía estaban las mariposas riéndose como locas.
— ¡Sa-po verde! ¡Sa-po verde!
La que no se le paraba en la cabeza le hacía cosquillas en las patas.
Pero en eso pasó una calandria, una calandria lindísima, linda con ganas, tan requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla revolotearentre los yuyos.
Al ver el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las plumas con el pico, y lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y solo. Entonces dijo en voz bien alta:
— ¡Qué sapo tan buen mozo! ¡Y qué bien le sienta el verde!
Humberto le dio las gracias con su sonrisa gigante de sapo y las mariposas del Jazmín perdieron los colores de pura vergüenza, y así anduvieron, caiduchas y transparentes, todo el verano.