martes, 18 de marzo de 2014

El placer de la lectura

EL LUGAR DE LA LITERATURA EN EL NIVEL INICIAL.

   Más allá de la importancia de la lectura durante los primeros años de vida por su incidencia en los logros escolares y los beneficios que aporta, es importante rescatar el placer que genera. Ofrecerle al niño el placer de la lectura es ganar un lector. Para que resulte un placer debe ser presentada como tal. Leemos para divertirnos, porque sí, porque nos gusta, porque es agradable. Un lector no busca en la lectura otros beneficios, aunque la literatura los aporte. El placer por la lectura se construye poco a poco. El acto de leer debe tener, en el jardín, un ritual. Es fundamental respetarlo, debe ser especial. Para obtener resultados positivos es indispensable tener en cuenta algunos factores, como las actividades de prelectura y poslectura, la participación del niño en ambos momentos, el estilo de lectura del adulto, etc. El momento de la lectura debe prepararse; fijar días y horario, poner un cartel en la puerta para que no haya interrupciones, acondicionar el espacio con alfombras, almohadones entre otros. Estos aspectos forman parte del rito y son fundamentales para distinguir este momento de otros.




GIRASOL AL SOL

   Un día, a la orilla de un camino, nació un girasol. Se estaba desperezando, cuando un chaparrón cayó sobre su cabeza.
-Mirarás siempre al sol -le había dicho su mamá.
-Mirarás siempre al sol -le había dicho su papá.
-Mirarás siempre al sol -le había dicho abuela.
   Así que el girasol pequeñito se puso a buscar el sol. El sol no estaba por acá ni por allá. El sol no estaba por ninguna parte.
   En el cielo sólo había nubes gordas y espumosas. Pequeño girasol, se asustó un montón.
   Entonces, agachó la cabeza, y así se quedó: quieto, tieso, triste, como un chico en penitencia.
   Las gotas que caían de su cara a la tierra eran un poco lluvia y otro poco lágrimas.
   Pequeño girasol no se movía, pero ¡cuántas ganas de mirar tenía!
   Hasta que sintió que algo bajaba y subía por su tallo verde, saltaba entre sus pétalos amarillos. Uno sí...uno no...Uno sí..., se perdía entre sus semillas para volver a aparecer. Era una minúscula Vaquita de San Antonio la que lo recorría y le hacía cosquillas. Pequeño girasol no pudo aguantar y se puso a reír como loco.
   Agitó sus rulos rubios para que la Vaquita de San Antonio se equivocara al saltar, hizo piruetas para que la Vaquita de San Antonio se deslizara por su cuerpo como por un tobogán.
Y jugando...jugando...se olvidó de estar triste.
   Le crecieron las ganas de conocer el mundo, nuevo para él. Y lo miró todo. Miró al norte y al sur, al este y al oeste. Miró el campo, miró los árboles, miró las vacas con coplas aplaudidoras. Miró los alguaciles, miró las flores silvestres...
   ¡Qué hermoso es el mundo!, pensó pequeño girasol mientras hacía girar su cabeza como un trompo. Y curioseando, curioseando, se olvidó del sol.
    A la mañana siguiente, cuando pequeño girasol había cumplido un día de vida, dejó de llover. Las nubes se disolvieron, el cielo se azuló, y el sol apareció y se puso a brillar muy orondo y muy redondo. Tenía mucho trabajo por hacer: secar los charcos uno por uno sin olvidarse de ninguno, las alas papel de seda de los alguaciles...
   De repente, entre tanto trajín, descubrió a pequeño girasol a la orilla del camino. Al verlo, el sol se quedó patitieso de la sorpresa. Aquel girasol recién nacido se movía muy campante para todos lados. Reía con una Vaquita de San Antonio... y a él, ¡a él ni lo miraba!
-¡Eh, pequeño girasol! ¿Sabés quién soy?
-¿Usted?... ¡Ah, sí!... Usted debe ser... Ustedes es el señor sol.
-¿Nadie te dijo que debes mirarme y admirarme?
-Sí, sí. Mi mamá, mi papá, y mi abuela, también.
-Pues te ordeno que me mires in in me me dia dia ta ta men men te -tartamudeó el sol.
-Ya lo he mirado, señor sol. Usted es muy grandote... Muy brillante... Muy de todo... Pero ahora, si me disculpa, tengo que dejarlo porque he prometido hacerle una trenza entretejida al sauce chiquito.
   El sol enmudeció de rabia. ¡Nunca había visto nada igual! ¡Ese girasol atrevido se negaba a hacer lo que tenía que hacer!
   Se ve que el sol tenía un enojo enojado y enojoso, porque se puso rojo, cada vez más rojo, más rojo cada vez, hasta que le dio fiebre. ¡Qué ataque! Parecía a punto de reventar. Lanzaba resoplidos calientes como queriendo achicharrar la tierra.
   Mientras tanto, pequeño girasol, que estaba de lo más entretenido con la trenza del sauce chiquito, no se dio cuenta de nada. Creyó que el verano estaba llegando de golpe.
-¿Quiere usted, señor sol, ayudarme con estas trenzas? -preguntó.
   El sol se sorprendió con el pedido y pensó: ¡este pequeño girasol aparte de maleducado, pedigüeño! Y siguió pensando: pero también muy simpático (como yo). Curioso (como yo). Amarillo (como yo). Con pétalos como rayos (como yo). El sol, cuanto más pensaba, más se enfriaba, y cuanto más se enfriaba, más pensaba. Y así fue que, sin querer queriendo, empezó a sonreír, poquito a poco. Con disimulo.

   Y todo el campo se puso tibio y dorado como corresponde a una mañana de primavera.


Beatriz Ferro

UN CUENTO CON ALAS


¿Acaso alguien se daba cuenta de lo que estaba por ocurrir en la ciudad? Nadie. Mejor dicho, casi nadie, porque las palomas lo sospechaban.
En un principio fueron unas diez palomas posadas en el tanque de agua de un edificio, cabecitas y picos en la misma dirección, hacia el este.
Poco a poco fueron llegando muchas otras, volando en círculos para elegir la mejor ubicación, como en un teatro al aire libre.
Las butacas altas, sobre el tanque, todas ocupadas.
Al rato se llenó también la platea en la cornisa. Las últimas en llegar tuvieron que inventarse unos palcos en las azoteas de las casas vecinas.
-¿Qué hacen? ¿Qué esperan? -se impacientó el gato que las observaba desde una ventana-. ¿Querrán ver como se pone el sol?
El vecino, un loro muy preparado, corrigió:
-Querrán ver como NO se pone el sol, porque miran hacia el este y el sol se acuesta en el oeste.
De cuando en cuando unas palomas alzaban vuelo, daban unas vueltas por ahí y regresaban. Las de la primera fila no se movían por miedo a perder sus asientos.
-Para mí -opinó el gato-, aquí está por pasar algo extraordinario...
Pero sólo lo dijo para impresionar al loro.
A esas horas ya ocurrían algunos hechos sorprendentes: en pleno invierno soplaba una tibia brisa de primavera; las antenas de TV pataleaban de alegría y la ropa tendida, con las magas llenas de viento, conversaba por señsa de azotea a azotea.
Pero nada de eso les importaba a las palomas reunidas en las alturas con sus piquitos apuntando al este.
Como siempre sucede, cuando uno se quiere acordar, el sol da un último suspiro y se acuesta en el oeste. Eso mismo ocurrió y en la ciudad empezó a caer la noche.
-De abajo hacia arriba crece la noche -observó el loro-. Primero se encienden las luces de las calles, después las ventanas, piso por piso desde el más bajo hasta el más alto. Las estrellas son las últimas en encenderse.
-Todo crece de abajo hacia arriba: niños,plantas y noche -dijo el gato, con lo que demostró ser tan observador como el loro.
Las palomas blancas, grises, manchadas, se volvieron color sombra contra el cielo que aún mostraba sus últimas claridades.
La ropa tendida se fue a descansar en bultos blandos en un rincón de la cocina, y el loro ahuecó el ala y se quedó dormido.
El gato en cambio siguió vigilando.
Le llamó la atención un balcón cercano, hacia el este. En el balcón había sólo una jaula. Y en la jaula, había un tordo.
-¿Sabe que pasa? -dijo de pronto el loro abriendo un ojo-. Debe de estar por escaparse un pájaro, de esos que la gente encierra en jaulas, y las palomas... las palom...
De haber terminado la frase, hubiese demostrado ser más prespicaz que el gato, pero volvió a dormirse.
El gato siguió con la vista fija en aquel balcón, el cuello estirado, los bigotes tensos, duro como una estatua.
El tordo trabajaba sin descanso tratando de separar con el pico los alambres de su prisión. Con esfuerzo, consiguió abrir un boquete mientras las palomas le enviaban mensajes:
-¡Vamos, falta poco! ¡Ya casi está!
Consiguió sacar la cabecita y con otro esfuerzo atravesó los alambres y saltó afuera.
-¡A volar, a volar!-hicieron fuerza las palomas.
El tordo anduvo a los saltitos hasta llegar al borde del balcón.
Allí se detuvo, miró hacia atrás y vio la jaula donde quedaba el alimento y el agua y no supo quá hacer.
-¡A volar, a volar! -lo alentaron las palomas.
Y levantó vuelo.
El gato dio un respingo de emoción al verlo zambullirse en el aire.
Las palomas remontaron vuelvo con él y se adelantaron para enseñarle el camino hacia los bosquecitos junto al río.
El tordo las siguió subiendo y bajando por los toboganes de la brisa, fríos unos, tibios otros. Entre ráfagas con olor a mercado, a fábrica de galletitas, a humo de asado, a lejano campo llovido.
Otra vez dueño de sus alas, era el más feliz de todos los pobladores del aire.
-Volvió a nacer -se dijo el gato, maravillado.
Siguió su vuelo hasta perderlo de vista y le deseó toda la suerte del mundo.

Se sentía tan amigo del tordo, como si nunca se hubiese comido un pájaro.


lunes, 17 de marzo de 2014

Cuento "MIEDO" de Graciela Cabal



MIEDO

Había una vez un chico que tenía miedo.

Miedo a la oscuridad, porque en la oscuridad crecen los monstruos.
Miedo a los ruidos fuertes, porque los ruidos fuertes te hacen agujeros en las orejas.
Miedo a las personas altas, porque te aprietan para darte besos.
Miedo a las personas bajitas, porque te empujan para arrancarte los juguetes.
Mucho miedo tenía ese chico.

Entonces la mamá lo llevó al doctor.
Y el doctor le recetó al chico un jarabe para no tener miedo. (Amargo era el jarabe.)

Pero al papá le pareció que mejor que el jarabe era un buen reto:
-         ¡Basta de andar teniendo miedo, vos!- le dijo-. ¡Yo nunca tuve miedo cuando era chico!
Pero al tío le pareció que mejor que el jarabe y el reto era una linda burla:
-         ¡La nena tiene miedo, la nena tiene miedo!

El chico seguía teniendo miedo. Miedo a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a las personas altas, a las personas bajitas.
Y también a los jarabes amargos, a los retos y a las burlas.
Mucho miedo seguía teniendo ese chico.

Un día el chico fue a la plaza. Con miedo fue, para darle el gusto a la mamá.
Llena de personas bajitas estaba la plaza. Y de personas altas.
El chico se sentó en un banco, al lado de la mamá.

Y fue ahí que vio a una persona bajita pero un poco alta que le estaba pegando a un perro con una rama.
Blanco y negro era el perro. Con manchitas.
Muy flaco y muy sucio estaba el perro.

Y al chico le agarró una cosa acá en el medio del ombligo.
Y entonces se levantó del banco y se fue al lado del perro. Y se quedó parado, sin saber qué hacer. Muerto de miedo se quedó.

La persona alta pero un poco bajita lo miró al chico. Y después dijo algo y se fue.
Y el chico se volvió al banco.
Y el perro lo siguió al chico. Y se le sentó al lado.
-         No es de nadie- dijo el chico-. ¿Lo llevamos?
-         No- dijo la mamá.
-         Sí- dijo el chico-. Lo llevamos.

En la casa la mamá lo bañó al perro.
Pero el perro tenía hambre.
El chico le dio leche y un poco de polenta del mediodía.
Pero el perro seguía teniendo hambre.
Mucha hambre tenía ese perro.

Entonces el perro fue y se comió todos los monstruos que estaban en la oscuridad, y todos los ruidos fuertes que hacen agujeros en las orejas. Y como todavía tenía hambre también se comió el jarabe amargo del doctor, los retos del papá, las burlas del tío, los besos de las personas altas y los empujones de las personas bajitas.

Con la panza bien rellena, el perro se fue a dormir.
Debajo de la cama del chico se fue a dormir, por si quedaba algún monstruo.

Ahora el chico que tenía miedo no tiene más miedo.
Tiene perro.


viernes, 14 de marzo de 2014

Cuento "DEL OTRO LADO DEL MUNDO" de Laura Devetach



DEL OTRO LADO DEL MUNDO

El chiquilín va por la playa saltando en un pie.
Tac tac, derecho, derecho, siempre en un pie.
El mar lo moja y él trata de pisarle la lengua. El sol está saliendo.

De pronto el chiquilín encuentra un trozo de playa con arena muy especial.
Dibuja un monigote cabezón y con cuerpo de palitos. La arena se lo chupa.
Pisa fuerte y la arena chupa la huella.
-         ¡Aquí debe estar el centro de la tierra!- dice-. ¡Quiero ver cómo es el centro de la tierra! ¡Quiero ver cómo es más allá del centro de la tierra! ¡Quiero ver cómo es del otro lado del mundo!
Hace un pozo con el dedo, pero el pozo se cierra.

Entonces levanta un vaso verde que está por ahí, en la playa, y encuentra también una palita olvidada y una cuchara.
Y cava, cava, cava, con el vaso, con la palita, con la cuchara. Cava buscando el centro de la tierra.

Es tan enorme el pozo, que debe haber llegado hasta más allá del centro d la tierra.
Ese pozo debe haber llegado hasta el otro lado del mundo.
El chiquitín se queda mirándolo.

Lejos pero muy lejos, terriblemente lejos del pozo, ha llovido.
Una niña corre sobre el verde. Chapotea y el barro y el paso se le meten por entre los dedos.

Hay que aprovechar el sol del atardecer, porque en las laderas de aquellas montañas los chaparrones van y vienen en cualquier momento.
La nena se tira de panza abajo y mira a su cara en un charco.
-         ¿Cómo será el mar?- le pregunta a la cara del charco.

Hace navegar una hoja porque oyó decir que en los mares hay barcos y bate el agua con los dedos pensando en todo lo que no sabe de los mares.

Tacatán tacatán pasa una bandada de caballitos del diablo.
Pasan los panaderos, pelucas de las mariposas.
Pasan las mariposas sin sus pelucas.
-         ¿Cómo es el mar?- les pregunta.
Pero ellos sólo saben andar por los aires.

La nena sigue correteando mientras piensa cómo serán los ruidos de mar, en los animales del mar, siempre mojados, con los ojos abiertos debajo del agua.

De pronto encuentra un gran claro en el pasto y se detiene. Es un extraño círculo de tierra acolchada.
Se tira de rodillas para mirar. O para escuchar, porque oye algo. Quizás conversaciones de lombrices.

Las lombrices tienen que saber cosas sobre el mar, o sobre el centro de la tierra o sobre el otro lado del mundo.
Porque para eso las lombrices se pasan la vida haciendo túneles.

El chiquitín de la playa mira su pozo que llega más allá del centro de la tierra y lo ve demasiado vacío.

Entonces mira hacia el mar que a esa hora, cuando le viene el hambre, tiene un vuelo de mantel tendiéndose y un velero de servilleta doblada y la espuma de leche con migajas.

El chiquilín mete todo lo que ve en una lata vacía que está por ahí, en la arena. El velero, la espuma, el mar y las cosas que vuelan dentro. Y lo va volcando en el gran pozo.

Y dale mar dale mar dale mar entrando en el pozo sin fondo.

Entonces, muy muy lejos del pozo, la nena que estaba escuchando las conversaciones de las lombrices, oye un murmullo cada vez más fuerte en el círculo de tierra acolchada.

Siente olores extraños que se acercan.
De pronto brota un velero de servilleta doblada y luego el agua con su espuma y todo lo que en ella vuela.

Brota y se extiende, justo del otro lado del mundo.
Brota y moja los pies, brota y se desparrama frente a los ojos de la nena que, del otro lado del mundo, nunca había conocido el mar.



sábado, 8 de marzo de 2014

Cuento "MONIGOTE EN LA ARENA" de Laura Devetach



Monigote en la arena

La arena estaba tibia y jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba el viento. Laurita apoyó la cara sobre un montoncito y le dijo:
—Por ser tan linda y amarilla te voy a dejar un regalo —y con la punta del dedo dibujó un monigote de seda y se fue.
Monigote quedó solo, muy sorprendido. Oyó como cantaban el agua y el viento. Vio las nubes acomodándose una al lado de la otra para formar cuadros pintados. Vio las mariposas azules que cerraban las alas y se ponían a dormir sobre los caracoles.
—Hola —dijo monigote, y su voz sonó como una castañuela de arena.
El agua lo oyó y se puso a mirarlo encantada.
— Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —dijo preocupada y dio dos pasos hacia atrás para no mojarlo—. ¡Qué monigote más lindo, tenemos que cuidarte!
— ¿Qué? ¿Es que puede pasarme algo malo? —preguntó monigote tirándose de los botones como hacía cuando se ponía nervioso.
— Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —repitió el agua, y se fue a avisar a las nubes que había un nuevo amigo pero que se podía borrar.
— Flu flu —cantaron las nubes—, monigote en la arena es cosa que dura poco. Vamos a preguntar a las hojas voladoras cómo podemos cuidarlo.
Monigote seguía tirándose los botones y estaba tan preocupado que ni siquiera probó los caramelitos de flor de durazno que le ofrecieron las hormigas.
— Crucri crucri —cantaron las hojas voladoras—. Monigote en la arena es cosa que dura poco. ¿Qué podemos hacer para que no se borre?
El agua tendió lejos su cama de burbujas para no mojarlo. Las nubes se fueron hasta la esquina para no rozarlo. Las hojas no hicieron ronda. La lluvia no llovió. Las hormigas hicieron otros caminos.
Monigote se sintió solo solo solo.
—No puede ser —decía con su vocecita de castañuela de arena—, todos me quieren pero porque me quieren se van. Así no me gusta.
Hizo "cla cla cla" para llamar a las hojas voladoras.
—No quiero estar solo —les dijo—, no puedo vivir lejos de los demás, con tanto miedo. Soy un monigote de arena. Juguemos, y si me borro, por lo menos me borraré jugando.
— Crucri crucri —dijeron las hojas voladoras sin saber qué hacer.
Pero en eso llegó el viento y armó un remolino.
— ¿Un monigote de arena? — silbó con alegría—. Monigote en la arena es cosa que dura poco. Tenemos que hacerlo jugar.
"Cla cla cla", hizo monigote porque el remolino era como una calesita.
Las hojas voladoras se colgaron del viento para dar vueltas.
El agua se acercó tocando su piano de burbujas.
Las nubes bajaron un poquito, enhebradas en rayos de sol.
Monigote jugó y jugó en medio de la ronda dorada, y rió hasta el cielo con su voz de castañuela.
Y mientras se borraba siguió riendo, hasta que toda la arena fue una risa que juega a cambiar de colores cuando la sopla el viento.


jueves, 6 de marzo de 2014

¡¡¡Sapo Verde!!!

                 Sapo verde

Umberto estaba muy triste entre los yuyos del charco.
Ni ganas de saltar tenía. Y es que le habían contado que las mariposas del Jazmín de Enfrente andaban diciendo que él era sapo feúcho, feísimo y refeo.
—Feúcho puede ser —dijo, mirándose en el agua oscura—, pero tanto como refeo... Para mí que exageran... Los ojos un poquitito saltones, eso sí. La piel un poco gruesa, eso también. Pero ¡qué sonrisa!
Y después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero prudente que andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado:
—Lo que a mí me faltan son colores. ¿No te parece? Verde, verde, todo verde. Porque pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito, igualito a las mariposas.
La mosca, por las dudas, no hizo ningún comentario.
Y Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al Almacén de los Bichos.
Timoteo, uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo recibió, como siempre, con muchas palabras:
—¿Qué lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para cantar de noche? A propósito, tengo una boina a cuadros que le va a venir de perlas.
—Nada de eso, Timoteo. Ando necesitando colores.
—¿Piensa pintar la casa?
—Usted ni se imagina, Timoteo, ni se imagina.
Y Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el anaranjado. El verde no, porque ¿para qué puede querer más verde un sapo verde?
En cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con pastos secos y empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una mancha amarilla en la cabeza, una estrellita colorada en el lomo, el buche fucsia. Cada tanto se echaba una ojeadita en el espejo del charco.
Cuando terminó tenía más colorinches que la más pintona de las mariposas. Y entonces sí que se puso contento el sapo Humberto: no le quedaba ni un cachito de verde. ¡Igualito a las mariposas!
Tan alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo vieron y se vinieron en bandada para el charco.
—Más que refeo. ¡Refeísimo! —dijo una de pintitas azules, tapándose los ojos con las patas.
—¡Feón! ¡Contrafeo al resto! —terminó otra, sacudiendo las antenas con las carcajadas.
—Además de sapo, y feo, mal vestido —dijo una de negro, muy elegante.
—Lo único que falta es que quiera volar —se burló otra desde el aire.
¡Pobre Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita fucsia.
Tanta vergüenza sintió que se tiró al charco para esconderse, y se quedó un rato largo en el fondo, mirando cómo el agua le borraba los colores.
Cuando salió todo verde, como siempre, todavía estaban las mariposas riéndose como locas.
—¡Sa-po verde! ¡Sa-po verde!
La que no se le paraba en la cabeza le hacía cosquillas en las patas.
Pero en eso pasó una calandria, una calandria lindísima, linda con ganas, tan requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla revolotear entre los yuyos.
Al ver el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las plumas con el pico, y lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y solo. Entonces dijo en voz bien alta:
—¡Qué sapo tan buen mozo! ¡Y qué bien le sienta el verde!
Humberto le dio las gracias con su sonrisa gigante de sapo y las mariposas del Jazmín perdieron los colores de pura vergüenza, y así anduvieron, caiduchas y transparentes, todo el verano.


Graciela Montes

martes, 4 de marzo de 2014

Cuento "ELMER Y WILBUR" de David Mckee



ELMER Y WILBUR

Elmer, el elefante de retazos, estaba esperando a su primo, Wilbur, que venía a visitarlo.
-         Está retrasado- dijo Elmer-. Tal vez esté perdido. Vamos a buscarlo.

-         ¿Cómo es Wilbur?- pregunto un elefante.
-         Espera y verás- dijo Elmer sonriendo-. Pero ten cuidado, a Wilbur le gusta hacer trucos, especialmente con su voz. Él es ventrílocuo. Puede hacer que su voz suene como si viniera de un lugar distinto de donde él está, como si viniera de cualquier parte.
-         Esto es divertido- dijo un elefante mientras empezaban a buscar-. Es como jugar a las escondidas.

De repente escucharon:
-         ¡Yu-ju! ¡Elmer! Aquí estoy.
Se dirigieron al lugar de donde provenía la voz.
-         ¿Me buscan a mí?- preguntó un tigre más bien sorprendido.
-         Lo siento- dijo Elmer-. Pensamos que eras mi primo.
-         Muy divertido, Elmer- dijo el tigre-. Quizás es a tu primo a quién oigo gritar.

-         ¡Ayúdenme!- decía la voz-. ¡Ayúdenme! Me caí en el lago.
-         ¡Es cierto, es cierto! ¡Puedo verlo!- dijo un elefante.
-         ¡Tonto!- dijo Elmer-. Es tu propio reflejo. Sigan buscando. Él está cerca, pero no en el lugar de donde proviene su voz.

Siguieron buscando y, durante todo el tiempo que buscaron, la voz vino de diferentes lugares. Gritaba << ¡HOLA! Aquí estoy>> o << ¡BUUU!>>, y los hacía saltar. Incluso vino de la madriguera de unos conejos.
Los conejos salieron diciendo:
-         No es divertido. No es divertido en absoluto. Es muy tonto.

Después de mucho buscar, un elefante dijo:
-         Nunca lo encontraremos, Elmer. Démonos por vencidos.
-         Wilbur- gritó Elmer-, nos damos por vencidos. Ya puedes salir.
-         No puedo. Estoy atascado en la rama de un árbol.
La vos de Wilbur venía de arriba. Los elefantes sonrieron.
-         Es muy listo- dijo uno de ellos.

-         Sino vienes ya- dijo Elmer-, tendremos que ir a casa sin ti.
-         De verdad estoy atascado en la rama de un árbol- dijo la voz de Wilbur. Los elefantes sonrieron de nuevo.
-         Elmer- dijo un elefante-, ¿Wilbur es blanco y negro?
-         Sí, ¿por qué?- dijo Elmer.
-         Ya lo vi - dijo un elefante-. De verdad está atascado en un árbol.

Todos miraron. Ahí estaba Wilbur, arriba de un árbol.
-         Wilbur- exclamó Elmer-, ¿Cómo hiciste para subir ahí?
-         No importa como subí, lo que importa es cómo voy a bajarme- dijo Wilbur.

-         No tengo idea- dijo Elmer-. Pero nosotros tenemos hambre, así que vamos a casa a tomar el té. Al menos ya sabemos dónde estás. Adiós Wilbur. Nos vemos mañana.

Y diciendo esto, empezó a guiar de vuelta a los elefantes.
-         ¡Oh, Elmer!- gritó Wilbur-. No me dejes. Me muero de hambre,

-         Ja, ja, sólo bromeaba- dijo Elmer riendo y volviendo a donde estaba Wilbur-. Si caminas a lo largo de la rama ésta se doblará con tu peso y podremos ayudarte a bajar.
Wilbur caminó lentamente por la rama. La rama empezó a doblarse. Cuando los elefantes pudieron alcanzarla, la halaron hasta que tocó el suelo y ayudaron a Wilbur a bajar.

-         Gracias- dijo Wilbur-. Ahora ¿dónde está ese té del que estaban hablando?
Después, riendo y bromeando juntos, corrieron durante todo el camino a casa.

Esa noche, cuando se acostaron a dormir, Elmer dijo:
-         Buenas noches, Wilbur. Buenas noches, Luna.
Una voz que parecía venir de la luna dijo:
-         Buenas noches, elefantes. Dulces sueños.

Elmer sonrió y susurró:
-         Wilbur, ¿cómo hiciste para subir a ese árbol?
Pero Wilbur ya estaba dormido.