Más allá de la importancia de la lectura
durante los primeros años de vida por su incidencia en los logros escolares y
los beneficios que aporta, es importante rescatar el placer que genera.
Ofrecerle al niño el placer de la lectura es ganar un lector. Para que resulte
un placer debe ser presentada como tal. Leemos para divertirnos, porque sí,
porque nos gusta, porque es agradable. Un lector no busca en la lectura otros
beneficios, aunque la literatura los aporte. El placer por la lectura se
construye poco a poco. El acto de leer debe tener, en el jardín, un ritual. Es
fundamental respetarlo, debe ser especial. Para obtener resultados positivos es
indispensable tener en cuenta algunos factores, como las actividades de
prelectura y poslectura, la participación del niño en ambos momentos, el estilo
de lectura del adulto, etc. El momento de la lectura debe prepararse; fijar
días y horario, poner un cartel en la puerta para que no haya interrupciones,
acondicionar el espacio con alfombras, almohadones entre otros. Estos aspectos
forman parte del rito y son fundamentales para distinguir este momento de
otros.
GIRASOL AL SOL
Un día, a la orilla de un camino, nació un
girasol. Se estaba desperezando, cuando un chaparrón cayó sobre su cabeza.
-Mirarás siempre
al sol -le había dicho su mamá.
-Mirarás siempre
al sol -le había dicho su papá.
-Mirarás siempre
al sol -le había dicho abuela.
Así que el girasol pequeñito se puso a
buscar el sol. El sol no estaba por acá ni por allá. El sol no estaba por
ninguna parte.
En el cielo sólo había nubes gordas y
espumosas. Pequeño girasol, se asustó un montón.
Entonces, agachó la cabeza, y así se quedó:
quieto, tieso, triste, como un chico en penitencia.
Las gotas que caían de su cara a la tierra
eran un poco lluvia y otro poco lágrimas.
Pequeño girasol no se movía, pero ¡cuántas
ganas de mirar tenía!
Hasta que sintió que algo bajaba y subía por
su tallo verde, saltaba entre sus pétalos amarillos. Uno sí...uno no...Uno
sí..., se perdía entre sus semillas para volver a aparecer. Era una minúscula
Vaquita de San Antonio la que lo recorría y le hacía cosquillas. Pequeño
girasol no pudo aguantar y se puso a reír como loco.
Agitó sus rulos rubios para que la Vaquita de San Antonio se
equivocara al saltar, hizo piruetas para que la Vaquita de San Antonio se
deslizara por su cuerpo como por un tobogán.
Y
jugando...jugando...se olvidó de estar triste.
Le crecieron las ganas de conocer el mundo,
nuevo para él. Y lo miró todo. Miró al norte y al sur, al este y al oeste. Miró
el campo, miró los árboles, miró las vacas con coplas aplaudidoras. Miró los
alguaciles, miró las flores silvestres...
¡Qué hermoso es el mundo!, pensó pequeño
girasol mientras hacía girar su cabeza como un trompo. Y curioseando,
curioseando, se olvidó del sol.
A la mañana siguiente, cuando pequeño
girasol había cumplido un día de vida, dejó de llover. Las nubes se
disolvieron, el cielo se azuló, y el sol apareció y se puso a brillar muy
orondo y muy redondo. Tenía mucho trabajo por hacer: secar los charcos uno por
uno sin olvidarse de ninguno, las alas papel de seda de los alguaciles...
De repente, entre tanto trajín, descubrió a
pequeño girasol a la orilla del camino. Al verlo, el sol se quedó patitieso de
la sorpresa. Aquel girasol recién nacido se movía muy campante para todos
lados. Reía con una Vaquita de San Antonio... y a él, ¡a él ni lo miraba!
-¡Eh, pequeño
girasol! ¿Sabés quién soy?
-¿Usted?... ¡Ah,
sí!... Usted debe ser... Ustedes es el señor sol.
-¿Nadie te dijo
que debes mirarme y admirarme?
-Sí, sí. Mi mamá,
mi papá, y mi abuela, también.
-Pues te ordeno
que me mires in in me me dia dia ta ta men men te -tartamudeó el sol.
-Ya lo he mirado,
señor sol. Usted es muy grandote... Muy brillante... Muy de todo... Pero ahora,
si me disculpa, tengo que dejarlo porque he prometido hacerle una trenza
entretejida al sauce chiquito.
El sol enmudeció de rabia. ¡Nunca había
visto nada igual! ¡Ese girasol atrevido se negaba a hacer lo que tenía que
hacer!
Se ve que el sol tenía un enojo enojado y
enojoso, porque se puso rojo, cada vez más rojo, más rojo cada vez, hasta que
le dio fiebre. ¡Qué ataque! Parecía a punto de reventar. Lanzaba resoplidos
calientes como queriendo achicharrar la tierra.
Mientras tanto, pequeño girasol, que estaba
de lo más entretenido con la trenza del sauce chiquito, no se dio cuenta de
nada. Creyó que el verano estaba llegando de golpe.
-¿Quiere usted,
señor sol, ayudarme con estas trenzas? -preguntó.
El sol se sorprendió con el pedido y pensó:
¡este pequeño girasol aparte de maleducado, pedigüeño! Y siguió pensando: pero
también muy simpático (como yo). Curioso (como yo). Amarillo (como yo). Con
pétalos como rayos (como yo). El sol, cuanto más pensaba, más se enfriaba, y
cuanto más se enfriaba, más pensaba. Y así fue que, sin querer queriendo,
empezó a sonreír, poquito a poco. Con disimulo.
Y todo el campo se puso tibio y dorado como
corresponde a una mañana de primavera.