Graciela Montes
Es escritora y
traductora argentina. Nació el 18 de marzo de 1947 en Buenos Aires, Argentina,
Se recibió de Profesora en Letras en el año 1971, por la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires.
Por más de 20 años, Graciela Montes trabajó en el Centro Editor de América Latina, donde dirigió la colección de literatura infantil “Los cuentos del Chiribitil”. Allí se desempeñó como correctora, secretaria de redacción, traductora, editora y directora de la colección.
Fue miembro fundador de ALIJA (Asociación
Argentina de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) y cofundadora
y codirectora de la revista cultural "La Mancha", papeles de literatura infantil y
juvenil durante sus dos primeros años.
·
Sapo
verde
·
Historia
de un amor exagerado
·
Y el
árbol siguió creciendo
·
Tengo
un monstruo en el bolsillo
·
A la
sombra de la inmensa cuchara
·
Uña
de dragón
·
Aventuras
y desventuras de Casiperro del Hambre
·
Cuatro
Calles y un Problema
·
Cuentos
de maravillas
·
Doña
Clementina Queridita, la
Achicadora
·
La
batalla de los monstruos y las hadas
·
El
club de los perfectos
·
La
guerra de los panes
·
Las
velas malditas
·
Irulana
y el Ogronte
·
La
venganza en el mercado
·
La
venganza de la trenza
·
Federico
y el mar
·
En el
país de las letras
·
Las
batallas de los dioses
Sapo verde
Humberto estaba muy triste entre los yuyos del charco.
Ni
ganas de saltar tenía. Y es que le habían contado que las mariposas del Jazmín
de Enfrente andaban diciendo que él era sapo feúcho, feísimo y refeo.
—Feúcho
puede ser —dijo, mirándose en el agua oscura—, pero tanto como refeo... Para mí
que exageran... Los ojos un poquitito saltones, eso sí. La piel un poco gruesa,
eso también. Pero ¡qué sonrisa!
Y
después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero prudente que
andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado:
—Lo
que a mí me faltan son colores. ¿No te parece? Verde, verde, todo verde. Porque
pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito, igualito a las mariposas.
La
mosca, por las dudas, no hizo ningún comentario.
Y
Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al Almacén de los
Bichos.
Timoteo,
uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo recibió, como siempre,
con muchas palabras:
— ¿Qué
lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para cantar de noche? A
propósito, tengo una boina a cuadros que le va a venir de perlas.
—Nada
de eso, Timoteo. Ando necesitando colores.
— ¿Piensa
pintar la casa?
—Usted
ni se imagina, Timoteo, ni se imagina.
Y
Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el anaranjado.
El verde no, porque ¿para qué puede querer más verde un sapo verde?
En
cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con pastos secos
y empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una mancha amarilla en la cabeza,
una estrellita colorada en el lomo, el buche fucsia. Cada tanto se echaba una
ojeadita en el espejo del charco.
Cuando
terminó tenía más colorinches que la más pintona de las mariposas. Y entonces
sí que se puso contento el sapo Humberto: no le quedaba ni un cachito de verde.
¡Igualito a las mariposas!
Tan
alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo vieron y se
vinieron en bandada para el charco.
—Más
que refeo. ¡Refeísimo! —dijo una de pintitas azules, tapándose los ojos con las
patas.
— ¡Feón!
¡Contrafeo al resto! —terminó otra, sacudiendo las antenas con las carcajadas.
—Además
de sapo, y feo, mal vestido —dijo una de negro, muy elegante.
—Lo
único que falta es que quiera volar —se burló otra desde el aire.
¡Pobre
Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita fucsia.
Tanta
vergüenza sintió que se tiró al charco para esconderse, y se quedó un rato
largo en el fondo, mirando cómo el agua le borraba los colores.
Cuando
salió todo verde, como siempre, todavía estaban las mariposas riéndose como
locas.
— ¡Sa-po
verde! ¡Sa-po verde!
La que
no se le paraba en la cabeza le hacía cosquillas en las patas.
Pero
en eso pasó una calandria, una calandria lindísima, linda con ganas, tan
requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla revolotearentre los
yuyos.
Al ver
el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las plumas con el pico, y
lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y solo. Entonces dijo en voz
bien alta:
— ¡Qué
sapo tan buen mozo! ¡Y qué bien le sienta el verde!
Humberto
le dio las gracias con su sonrisa gigante de sapo y las mariposas del Jazmín
perdieron los colores de pura vergüenza, y así anduvieron, caiduchas y
transparentes, todo el verano.
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