La educación literaria remite a la formación del receptor, al desarrollo de sus competencias para comprender, dotar de sentido, interpretar y valorar cualquier obra literaria. En la medida en que un adulto andamie el proceso, no hay ningún obstáculo para que éste se inicie desde la cuna.
El utilitarismo pedagógico ha hecho estragos en el campo literario: cada texto era utilizado "para" enseñar algo del currículo o "para" recordar una efiméride, subestimando, de este modo, el valor real de la obra como portadora de una estética particular. Esto fue pulverizando el campo literario: cuando hoy se insinúa una lectura, rápidamente se la asocia con una actividad escolar.
La literatura es formativa y formadora por naturaleza, constituye una síntesis que resume valores en sí misma: no es necesario convertirla en moralizante, añadirle "temas afines" o transformarla, volviéndola apta "para"; esto implicará desvirtuarla, alterar su ensencia.
En la literatura infantil en Jardín Maternal, necesitamos partir de las habilidades básicas relacionadas con la comunicación (hablar, escuchar, leer, escribir) , pero también, junto con ellas, etapa de los lectores no convencionales es imprescindible contextualizar el ámbito para iniciarlos en el proceso.
Las cuatro habilidades básicas, además de esenciales para la socialización del niño que aprende, le permitirá relacionarse, interactuar e intercambiar; si a ello le agregamos el valor de la interpretación estética, avanzamos mucho más; a medida que comprende, es capaz de desarrollar su imaginación, de discernir y elaborar un juicio personal.
Cuando se insiste en la formación del receptor literario desde pequeños, se alude a ampliar ese horizonte de lecturas con tantas como demande la realidad.
Siempre será el mediador adulto quien acompañe y oriente, referenciándose como ejemplo modélico para hablar/ escuchar, leer/ escribir, generando, a su vez, el clima propicio que amplíe y expanda el horizonte de expectativas de cada niño a partir del horizonte de experiencias de cada uno.
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