Ideal para los niños de sección de 5 años...
un cuento diferente, como nos tiene acostumbrados la autora M. Elena Walsh, que
nos lleva a recorrer algo tan nuestro como el mate y el tango: el río Paraná.
Había una vez una sirena que vivía por el
río Paraná. Tenía su ranchito de hojas en un camalote y allí pasaba los días
peinando su largo pelo color de miel, y pasaba las noches cantando, porque su
oficio era cantar.
En noches de luna llena por el río Paraná
una
sirena cantando va.
Por aquí, por allá, el agua qué fría está.
Juncal
y arena del Paraná,
una
sirena cantando va.
Alahí se llamaba la sirena y, como era un
poco maga, sabía gobernar su camalote y remontarlo contra la corriente. A veces
iba hasta las Cataratas del Iguazú para darse una larga ducha fresquita llena
de espuma.
Después tomaba sol en la orilla y conversaba
con los muchos amigos que tenía por el cielo, el agua y la tierra. Ninguno le
hacía daño. Hasta los que parecen más malos, como los caimanes y las víboras,
se le acercaban mimosos.
A veces, toda una hilera de mariposas le
sostenía el pelo y los pájaros se juntaban en coro para arrullarle la siesta.
Hace muchos años de esto. América todavía
era india: no habían llegado los españoles con sus barbas y sus barcos. Las
pocas personas que alguna vez habían entrevisto a Alahí, creían que era un
sueño, y corrían a frotarse los ojos con ungüento para espantar la visión de
esa hermosa criatura mitad muchacha y mitad pez.
Una noche de luna, Alahí se puso a cantar
como de costumbre, y tanto se entretuvo y tan fuerte cantaba recostada en la
orilla lejos de su camalote, que no oyó que por el agua se acercaba un enorme
barco con las velas desplegadas. Los hombres del barco también venían cantando.
Soy marinero y aventurero, vengo de España y
olé.
Quiero gloria, quiero dinero y con los dos
volveré.
Para mí será el dinero, la gloria para mi
rey.
–¡Callad!
–dijo el capitán, que era flaco y barbudo como Don Quijote– Callad, que alguien
está cantando mejor que vosotros.
¿Será
quizás un pintado pajarillo cual la abubilla o el estornino, capitán? –le dijo
un marinero tonto.
–Calla,
que los pajarillos no cantan de noche. ¡Tirad las anclas!
–¿Vamos
a tierra, capitán?
–No,
iré yo solo.
El barco amarró suavemente muy cerca de
Alahí, que al ver a los hombres extraños enmudeció y trató de deslizarse hasta
su camalote para huir. El capitán saltó a la orilla y la sorprendió.
Alahí
se quedó quietita, muerta de miedo, mientras cundía la alarma entre todos sus amigos.
–¿Quién
vive? –preguntó el capitán don Gonzalo de Valdepeñas y Villatuerta del
Calabacete, que así se llamaba.
La
sirena no contestó y trató de escapar.
–¡Alto
allí!
El capitán alzó su farola y...
–¡Una
sirena, vive Dios! ¿Estaré soñando? ¡Qué cosas se ven en estas embrujadas y
patrañosas tierras!
–Más
raro es usted, señor –dijo Alahí–, todo vestido de lata y más peludo que un
mono, señor.
–Eres
tan bella que paso por alto tu insolencia. Serás mi esposa y reina de los ríos
de España.
–No,
señor, lo siento mucho pero no... Y Alahí trató de escurrirse entre las hojas.
–¡Detente!
El capitán la ató al tronco de un árbol. En
las ramas los pajaritos temblaban por la suerte de su querida sirena.
–Haré
un cofre y te encerraré para que no te escapes.
El
capitán sacó su hacha y allí mismo se puso a hachar un árbol para construir la
jaula para la pobre sirena.
–Ay,
tengo frío –dijo Alahí.
El capitán, que era todo un caballero, quiso
prestarle su coraza, pero no se la pudo quitar porque se había olvidado el
abrelatas en el barco.
A
todo esto, los amigos de Alahí se habían dado la voz de alarma y cuchicheaban
entre las hojas, mientras el capitán talaba el árbol. Varios caimanes salieron
del agua y se acercaron sigilosos. Muy cerca relampagueaban los ojos del tigre
con toda su familia.
Cien monitos saltaron de árbol en árbol
hasta llegar al de Alahí. Un regimiento de pájaros carpinteros avanzaba en fila
india. Las mariposas estaban agazapadas entre el follaje. Las tortugas hicieron
un puente desde la otra orilla para que los armadillos pudieran cruzar.
Cuando estuvieron todos listos, un papagayo
dio la señal de ataque:
–¡Ahora!
Los monitos se descolgaron sobre el capitán,
chillando y tirándole de las orejas.
Los caimanes le pegaron feroces coletazos.
Las mariposas revolotearon sobre sus ojos para cegarlo. Dos culebras se le
enredaron en los pies para hacerlo tropezar.
El tigre, la tigra y los tigrecitos le
mostraron uñas y colmillos, porque no hacía falta más. Luego llegó el escuadrón
blindado de los mosquitos y obligaron al capitán a escapar despavorido y trepar
por una escala de cuerda hasta la borda de su barco.
–¡Alzad
el ancla, levad amarras, izad las velas, huyamos de esta tierra de demonios!
Mientras el barco soltaba amarras, los pájaros
carpinteros terminaron el trabajo picoteando las cuerdas hasta liberar a la
pobre Alahí.
–¡Gracias,
amigos, gracias por este regalo, el más hermoso para mí: la libertad!
Amanecía cuando la sirena volvió a su
camalote, escoltada por cielo y tierra de todos sus amigos. Allá, muy lejos se
iba el barco de los hombres extraños. Alahí tomó el rumbo contrario en su
camalote y se alejó río arriba, hasta Paitití, el país de la leyenda, donde
sigue viviendo libre y cantando siempre para quien sepa oírla.
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