"Las pulgas no
suben a los árboles"
—No nena, las
pulgas no suben a los árboles.
—Pero mamá, es
que yo tengo muchas ganas de subir. ¡Necesito subir!
—¿No te alcanza
con subir a un perro?
—Estoy aburrida
de los perros.
—Pero nena, se
pasea, se conoce gente...
—Ufa, no quiero
pasear ni conocer gente. Quiero subir a un árbol.
—Las pulgas no
suben a los árboles y se acabó.
Cuando la mamá
decía “se acabó” con ese tono, lo mejor era cambiar de tema. La pulguita lo
sabía de memoria. ¡Pero tenía tantas ganas de subir a un árbol! En ese momento
vio pasar corriendo a un gato. Detrás del gato iba corriendo un perro. El gato
corría y corría. El perro corría y corría. Y cuando el perro lo estaba por
alcanzar, ¡zas!, el gato pegó un salto y se trepó a un árbol.
Los ojos de la
pulguita se abrieron así de grandes. Muy grandes. Porque había encontrado una
solución sin desobedecer a su mamá.
—Mami —dijo
poniendo voz de pulguita obediente que siempre hace caso a lo que dicen los
mayores y que siempre se porta bien y nunca hace renegar a su mamá.
—¿Qué?
—¿Puedo subir al
gato negro que duerme la siesta bajo la parra?
—Claro, para eso
se hicieron los gatos, para que las pulgas podamos pasear.
—Bueno, chau
mamá.
—Chau, nena, y
cuidate.
Y la pulguita dio
un salto y se trepó al gato negro que dormía bajo la parra. Y esperó y esperó,
pero el gato negro parecía que tenía ganas de dormir hasta el día del juicio
final.
—Ufa, así no vale
—dijo la pulguita. Este gato no me sirve.
Pero como era el
único gato a mano había que hacerlo servir. Y comenzó a picarlo para que se
despertara, a picarlo para que se molestara y a picarlo para que se enojara. Y
el gato negro se despertó, se molestó y se enojó. Y como estaba enojado lo miró
al perro marrón que también descansaba bajo el parral y le hizo “fffff”. El
perro marrón pegó un ladrido y mostró los colmillos y se le vino al humo. El
gato negro salió corriendo y el perro marrón por detrás, y entonces apareció el
árbol y el gato pegó un salto y se trepó hasta muy pero muy arriba. Y ahí se
quedó. Y el perro se cansó de gruñir y se fue.
Entonces la
pulguita se subió a la cabeza del gato negro y miró para todos lados. Y saltó
de la cabeza del gato y se paró en la punta de una ramita. Y vio los techos de
muchas casas, y vio la calle y los autos que pasaban por la calle, y vio los
chicos que iban a la escuela, o que volvían de la escuela.
—Seguro que
vuelven —se dijo—, porque juegan contentos y van pateando pelotas de papel. Yo
tenía razón. ¡Qué lindo es subir a un árbol!
Miró hasta
cansarse. Y el gato, que ya no estaba molesto ni enojado y que no tenía ganas
de estar despierto, decidió bajar. La pulga volvió al gato. Y bajó el gato. Y
bajó la pulga. Y el gato negro fue otra vez a acostarse bajo el parral.
—Hola pulguita
—dijo la mamá. ¿Qué estuviste haciendo?
—Paseando en
gato, mamá.
—¿Viste que era
lindo lo que yo te decía?
—Sí, mamá, es muy
lindo subir en gato.
Y la pulguita se
quedó pensando de qué manera iba a resolver esas ganas bárbaras de volar que
ahora le estaban haciendo cosquillas.
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